martes, 27 de julio de 2010

3. Un estúpido nombre.

Era la primera mañana en la que Nozomu despertaba en aquella pobre habitación del hospital. Al abrir los ojos se extrañó de no encontrarse su habitación tan recargada y colorida que hasta dañaba un poco la vista, en cambio vio el techo grisáceo y deprimente. La luz cruzaba el cristal de la ventana colándose descaradamente en su cuarto mostrándole que ya había amanecido. Se sentía algo incomodo y extraño pero pensó que acabaría acostumbrándose. Miró con sus ojos verdes todavía algo pegados por el sueño un reloj que reposaba sobre el escritorio. Ya era la hora de levantarse, las siete y media, él era de las pocas personas a las que les gusta madrugar y se encontraban con las energías suficientes como para hacerlo sin estar obligados a ello.

Se levantó para arreglarse aunque fuera un poco, se vistió y pasó ligeramente un suave cepillo por sus cabellos dorados, lo hacia con mucha delicadeza porque últimamente le daba la impresión que se desprendían con demasiada facilidad. Salió de su cuarto y bajó las escaleras casi a saltos y con algo de prisa, luego se dirigió a la recepción donde ya estaban Sachiko y Hanabi afanosas en su tarea, era alguna de ellas a la que tenia que pedirle que le acompañara al baño para asegurarse de que no hacía nada que pudiera resultar contradictorio al tratamiento, cosa que por cierto le daba algo de vergüenza. Su vida iba a complicarse mucho con eso de no poder ni siquiera ir al lavabo solo, puesto que este estaba cerrado con llave. Y para desayunar les reunieron a todos los pacientes de la segunda planta en una misma mesa, lo de “todos” era un modo de hablar ya que Nozomu era el único chico que había por lo que casi debería decir “todas y Nozomu”. Al chico no el gustaba comer rodeado de gente, sin contar con que todas eran chicas hablando de sus cosas y menos aun hacerlo bajo vigilancia de Hanabi. Rodeado de tantas mujeres se sentía como su muñequito. “Como esto dure mucho tiempo me acabaran por poner lacitos en el pelo.” pensaba al verlas. Tuvo que tragarse un vaso de leche desnatada y unos cereales casi insípidos a modo de desayuno. “Desde luego si lo que quieren es que engorde así no lo van a lograr.” Todas las chicas se fueron yendo poco a poco hasta que solo quedó él y la enfermera que desayunaba un café con leche enfrente suya.

-Bueno Nozomu, ¿qué tal has pasado tu primer día? -preguntó la mujer pelirroja, que por cierto era claramente teñido.
-Bien… supongo. La verdad no se que decir. Es raro porque tendré que decir que bien por no ser mal educado, pero teniendo en cuenta que estoy ingresado en un hospital…
-Claro, te entiendo. Ya sabes que si necesitas cualquier cosa estamos hay para lo que quieras. ¿Ya has explorado por los jardines? Son enormes, si tienes suerte hasta puedes ver algún que otro animalillo por ahí andando.
-¡En serio! Pues voy ahora mismo a mirar.-y uniendo el dicho con el hecho salió corriendo del pabellón.

Dio un largo paseo mirando en todos los rincones para ver el nombrado animalillo, llamándolo de esa forma al no saber que especie encontraría, pese que no aparecía por ningún lado. Cansado ya de buscar, sin darse cuenta llegó a donde el día anterior había encontrado la carpeta y los dibujos de NK. Allí ya no había nada interesante aunque seguía con la curiosidad que sentía desde antes de acostarse. Un poco decepcionado por no haber visto nada del otro mundo se sentó en el banco de piedra que había en ese camino simplemente a esperar la hora en la que tenían que pasarle consulta.

Miró al horizonte, el lugar era bonito, para que negarlo, y se estaba realmente tranquilo sin oír los gritos de su hermana mayor. ¿Qué estaría haciendo Mihoshi? Seguramente estudiando en su universidad. ¿Se acordaría de él? Ella no parecía demasiado apenada por su macha. Y sus padres trabajarían en alguna sesión de fotografía para los catálogos. ¿Le echarían de menos? A lo mejor ya se les había pasado el disgusto. De repente los ojos verdes de Nozomu empezaron a empaparse de lagrimas, esas que se había negado el día anterior y el anterior a ese y todos los demás desde que le contaron que le iban a ingresar. Él pensaba que por ello estaba demostrando ser muy fuerte pero en esos momentos era conciente de que estaba allí encerrado, él solo, sin nadie conocido, nadie con el que hablar de algo que no fuera su infancia y como había llegado a esa situación. El llanto se acumulaba sin parar hasta desbordarse completamente. No quería estar solo. Quería irse, quería estar con su familia, quería salir a correr con su perro Lenteja, quería volver a clase y seguir estudiando como lo hacían todos los chicos de su edad, por mucho que le resultara un lugar precioso, quería salir de ahí. Se acuclilló encima del banco y escondió su cara en las rodillas mientras sus pequeños pulmones hipaban sin permitirle respirar con calma. ¿Por qué estaba ahí? ¿Y si sus padres querían deshacerse de él? ¿Y si no volvía a salir de ese centro? En esos momentos todo le dolía, le dolía recordar las hipócritas sonrisas de todos aquellos de los que se despidió. Le dolía que nadie se hubiera dignado a escucharle. Le dolía que le doliera. Y lo hacia tan fuerte que parecía haber abandonado ese mundo para solo concentrarse el esa tristeza que se había ido acumulando durante esos meses.

-¡Oye, tú! -exclamó una voz interrumpiendo sus pensamientos. Nozomu sacó sus enrojecidos ojos de la tela de los pantalones para ver quien le hablaba, sin poder evitar dar un respingo al ver al joven castaño de la noche anterior. Vestía el mismo suéter azul marino de la primera vez que le vio. Nozomu no tardó en identificarle pese a que parecía mucho más calmado. -Estas ocupando todo mi banco. -siguió con un tono bastante osco remarcando el monosílabo posesivo.
-Lo… lo siento, no sabía que fuera tuyo. -contestó el rubio echándose a un lado para permitir que su recién llegado interlocutor se sentara.
-¿Tu eres él de ayer? Gracias por devolverme la carpeta. -dijo sacando un folio de la nombrada.
-De… de nada. -volvió a hablar Nozomu tímidamente intentando calmar las ganas de echarse a llorar.
-Eres nuevo, ¿verdad?
-Sí, ¿Cómo lo has sabido?
-Todos los nuevos lloriquean los primeros días. Cuando lleves aquí tanto tiempo como yo ya no tendrás ni fuerzas para hacerlo. -Nozomu no contestó a esas palabras solo volvió a desviar la mirada parándose a analizarlas detenidamente. -Siento lo de ayer, estaba fuera de mi, te debí de asustar.
-No pasa nada. Me llamo Nozomu Nozomi, encantado de conocerte. -se presentó esta vez sonriendo y cediéndole la mano para que la estrechara, cosa que el castaño no hizo.
-¿Nozomu Nozomi? Que nombre más ridículo, no quiero ni imaginar todo lo que habrían bebido el día que te lo pusieron.
-¡Eh! -exclamó el aludido ciñendo el ceño lo más fuerte que pudo.
-Tranquilo, el mío también lo es, me llaman Nao Kanou. Mis padres también bebieron aquel día.
-Pues a mí me gustan.
-Por que tu todavía no has aprendido que desear le esperanza es inútil. Pero supongo que tendré que estar encantado de conocerte. Déjalo, aquí todo el mundo dice que digo cosas muy raras. -explicó dándole la mano por fin, puesto que Nozomu no la había quitado.
-Bueno, no importa. Entonces tu eres NK. Me gustan tus dibujos.
-Pues debes de ser al único. La gente suele decir que le dan mal rollo o les deprime.
-Se supone que para eso es el arte, tiene que transmitir algo, pese a que ese algo no te guste. -dijo ya totalmente tranquilo con Nao.
-¿Sabes que eres muy raro?
-Sí, me lo repiten muy a menudo. -Nozomu se fijó en las manos de Nao, todavía tenia restos ce pintura entre las uñas. -¿Por qué pintas con las manos? ¿No tienes pinceles?
-Sí pero cuando estoy nervioso prefiero hacerlo con las manos, es un modo de desahogarme.
-¿Qué te pasó para estar así?
-Nada importante. -murmuró desviando la mirada.
-Perdona… soy algo cotillo. No me hagas caso. -el rubio volvió a girar los ojos esta vez a su reloj. Al ver la posición de las manecillas guardó unos segundos de silencio sin reaccionar para acto seguido exclamar. -¡Ah! ¡¿Ya es tan tarde?! ¡Me tengo que ir la señora Tsubaki me va a pasar consulta! ¡Pero luego nos vemos y seguimos hablando! - y volviendo a cumplir lo que decía desapareció en los jardines del hospital.
-¡De acuerdo! -contestó Nao sin estar del todo seguro de que le hubiese escuchado.

“Que chico más raro.” habló Noa.
-Ni que lo digas. -respondió él sin despegar la mirada de donde su anterior interlocutor había desaparecido.
“No me digas que te ha caído bien.”
-Ya sabes que todo para mi es indiferencia, aunque parecía un chico majo.
“Solo será majo mientras no conozca tu problema, como todos, más te vale no encariñarte con él”
-Ya lo sé. No soy un niño de diez años como cuando llegaste a mi cerebro, Noa. Además ¿Qué más te da a ti lo que me pase?
“Me da y mucho, recuerda que soy parte de tu mente si tu lo pasas mal yo también”
-Claro por eso te diviertes tantísimo cuando me ataca Tsuke.
“Ese es otro tema distinto.”

Si hubiera habido alguien observando la escena seguro de hubiese extrañado muchísimo de ver a un chico, aparentemente tan normalillo, hablando solo, tan convencido de conversar con alguien. Aunque allí todo el mundo ya estaba acostumbrado a él, nadie le entendería nunca. Guardó el folio que hacía rato había sacado, todavía en blanco, no parecía demasiado inspirado aquella mañana. Se levantó lenta y pesadamente como si todo su cuerpo sintiera una mayor atracción de la gravedad. Anduvo sin rumbo conversando con su propio cerebro. No necesitaba un destino, un punto donde llegar, fuera donde fuera, hiciera lo que hiciera siempre acabaría en el mismo sitio, un sitio que odiaba con todas sus fuerzas, aunque lo odiara todo. Le gustaría no llegar, pero lo haría. Noa seguía hablando sin que Nao pereciera escucharle. Su cuerpo continuaba resultando pesado, esa noche no había conseguido dormir bien. Se recostó en uno de los numerosos bancos de piedra que se encontraban a ambos lados del camino. Fijó sus ojos negros en algún punto perdido en el inmenso cielo azul.

Ya era diecinueve de mayo y empezaba a hacer calor. Esa era una mala época para Nao. La gente te iba de vacaciones y se quedaba más solo de lo habitual, aunque el castaño no solía relacionarse con nadie, el ambiente que quedaba sin los pacientes y varios doctores le deprimía. Como le gustaría hablar con alguien que no fuera Noa, con el que solo discutía una y otra vez. Aparte, él sólo podía charlar con Amai, una chica de su misma planta y edad, que, a veces, era la única que no parecía tenerle miedo, aunque en esos días era tan inconsciente que no le temía a nada ni nadie. El problema es que ella solo se quedaba ingresada unas semanas para ver como evolucionaba en su enfermedad. Pasado ese tiempo volvía a estar solo, como siempre, talvez estaba destinado a permanecer solo y encerrado de por vida.

“Se supone que para eso es el arte, tiene que transmitir algo, pese a que ese algo no te guste.” Resonó en su cabeza la aguda voz de aquel chico de nombre estúpido. ¿Cómo había dicho que se llamaba? ¿Nozomu Nozomi? Cuanto más lo pensaba más tonto le parecía aquel nombre. ¿A que hora acabaría esa consulta a la que tenia que acudir? A lo mejor podía hablar con él y no aburrirse aunque solo fuera durante el corto periodo en el que acabaría por tenerle miedo y dejará de acercarse a él como hacían todos. Era la primera vez que conocía a un chico de la segunda planta, porque a simple vista el sabía distinguir unos pacientes de otros, y ese tal Nozomu aparentaba totalmente ser de la planta de problemas alimenticios.

Se incorporó de un fuerte movimiento y volvió a sacar el mismo folio, ya algo arrugado en las esquinas por andar sacándolo y metiéndolo de la carpeta, y un lapicero de un viejo y desgastado estuche de tela vaquera.

“Ya sabes lo que vas a dibujar esta mañana” dijo la voz escondida de Noa.
-Creo que ya me he decidido, ese chico anoréxico… creo que le voy a añadir a mi colección de modelos.

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