miércoles, 9 de noviembre de 2011

24. Nozomu contra la rutina.

De vuelta a la rutina, tantos días fuera no habían conseguido que Nozomu cambiase de hábitos. Aquella mañana. La del día siguiente de su vuelta hizo lo mismo que hacía durante todas las mañanas de su estancia allí. Se levantó, estuvo media hora mirándose frente al espejo y cuando logró encontrar una ropa que le quedase bien se marchó a buscar a Nao. Ese día, además sería en el que volviese Amai de sus vacaciones, o por lo menos eso había dicho Mizuki. Aunque fuera cansado hacer cosas nuevas todos los días no le gustaba la idea de volver a la rutina diaria. Era tan aburrido. Y no solo eso, cuando acabase el verano tendría que ponerse a estudiar en la biblioteca para recuperar. A Nozomu no le hacía mucha gracia, pero prefería pensar que saldría del hospital pronto y que cuando lo hiciera tendría que ir a clase, no quería ir retrasado en comparación de sus compañeros. Así que lo haría.

Entró en el cuarto de Nao, pero aparentemente no había nadie dentro. El silencio casi hacía que le un escalofrío subiese por la columna vertebral de Nozomu. Ni si quiera se atrevió a levantar la voz. También estaba oscuro ya que al parecer aquella noche Nao había movido el lienzo grande, aquel que pintaba para desahogarse, el que manchaba el día que le conoció y que ahora estaba colocado tapando la ventana del cuarto. Había en él pintura fresca, la mayoría negar y roja, algún gris y un poco de azul marino. El suelo también estaba manchado de salpicaduras, la verdad es que aquellas manchas parecían haber sido echas a drede y no de forma accidental, ya que parecía que seguían un patrón. O eso pensó Nozomu al verlas. ¿Y donde estaba Nao? El rubio ya estaba comenzando a asustarse bastante por su amigo cuando escuchó un sollozo. Un lamento parecido al que un gato herido o un cachorro abandonado. Ese ligero sonido que solo se podía escuchar en absoluto silencio provenía del baño de la habitación.

-Nao… -susurró el menor entrando en el cuarto de baño sigilosamente.

Allí también había manchas de pintura pegadas a las baldosas blancas. Lo cual era todavía más misterioso. Pero lo que asustó a Nozomu no fue eso si no ver a Nao sentado de cuclillas en el plato de la ducha, con la frente pegada a las rodillas y abrazando sus propias piernas. Estaba empapado, pero llevaba la ropa puesta, como si se hubiese duchado vestido. No le podía ver la cara pero sabía que sus ojos estaban tan húmedos como el resto de su cuerpo.

-Nao… ¿Qué te pasa? -musitó arrodillándose junto a la ducha.
-Márchate. -fue la contestación que se llevó por parte del castaño.
-No me voy a marchar, Nao. ¿Qué te pasa?
-¡Nada!
-¿Nada? ¿Y por eso lloras? Nao, soy tu amigo. Dime qué te pasa. -le pidió intentando moverle para hablarle a la cara.
-¡No me mires! -chilló apartándolo de un manotazo, para luego apretarse más a si mismo.
-¿Por qué?
-Porque doy asco. Soy asqueroso.
-¡Eso no es cierto!
-Sí lo soy, me lo ha dicho Tsuke.
-Pues es mentira. ¿Qué te ha hecho Tsuke? Dímelo Nao.
-De… demostrármelo… -respondió Nao con voz llorosa.
-Nao, no hagas caso a Tsuke. Es malo, solo quiere hacerte daño.
-Dice la verdad, hoy me he duchado con la ropa puesta porque me doy asco a mi mismo.
-Pues a mi no me das asco. -negó rodeándolo con sus finos brazos notando lo frío que estaba por culpa del agua que tenía la ropa. -Vamos, mírame.

Y Nao lo hizo. Sus ojos estaban rojos e irritados, el pelo se le pegaba a la cara y por ella resbalaban aun algunas gotitas. El labio inferior le temblaba nerviosamente y no paraba de pestañear. Pero lo que hizo estremecerse a Nozomu fue el tremendo moratón que tenía Nao en el pómulo izquierdo y la sangre que salía de una herida en su labio. Daba un aspecto tan frágil.

-¿Qué te ha ocurrido? -murmuró para si mismo pasando el pulgar por la mejilla.
-Tsuke… estaba muy enfadado. Porque me fui sin permiso. Me golpeó y… -Nao no podía ni si quiera hablar bien, solo temblaba y se apretaba más a si mismo como si así fuese a protegerse.

Nozomu tampoco era capaz de decir nada. Tsuke no existía. O eso le habían dicho el día anterior. Pero una alucinación no golpea ni hace moratones a nadie. ¿Y si Nao se auto lesionaba para que le creyeran? Por lo que le había dicho Mizuki no le parecía una idea descabellada. Nao se había golpeado a si mismo hasta hacerse ese moratón y esa herida. ¿Y si las manchas de pintura no eran todas de pintura si no de esa sangre? ¿Porqué disimularlo con manchas de otros colores si lo que quería era que vieran las heridas. Nada tenía sentido.

-Vámonos. Cámbiate y vamos a la enfermería que te curen esa herida. -pidió Nozomu intentando ayudar a que Nao se levantase que simplemente se dejaba hacer.

Pese a los esfuerzos del rubio fue imposible convencer al castaño de que se quitase la ropa mojada. Nozomu hasta le buscó ropa seca en su peligroso armario, pero se negaba a hacerlo. A ese paso se iba a poner malo, la ropa estaba muy fría. Tanto insistió en que acabaron bajando con el mayor calado hasta los huesos, todavía estaba muy nervioso temblaba con cada paso que daba como si en cualquier momento fuese a caer al suelo de rodillas, y cada pocos segundos miraba atrás asegurándose de que nadie les seguía. Así no se podía avanzar rápido.

En la pequeña enfermería, costruida para urgencias no muy graves como aquellas heridas, que había junto a la recepción, en la que estaba de guardia Sachiko con su sonrisa gentil de por la mañana, la cual se le borró al ver al chico empapado y magullado.

-¡¿Qué te ha pasado?! -fue lo único que atinó a decir.
-Es una larga historia. -contestó el menor al ver que Nao era casi incapaz de articular palabra.
-Ven criatura. -volvió a hablar la enfermera agarrando al todavía tembloroso Nao de la muñeca para meterlo en la pequeña habitación. -Voy a curarte eso. ¿Nozomu puedes esperar fuera y cuando llegue la doctora Mizuki le dices que Nao está aquí?
-Vale… -aceptó el chico pese que quería pasar con su amigo.

Pero ni dos segundos después la voz de la doctora llego a sus oídos, y no solo la suya si no que iba acompañada por la estridente pero igualmente simpática vocecilla de Amai.

-¡Nono! -exclamó esta al verlo dándole un efusivo abrazo casi tirándolo al suelo.
-¡Amai! ¡Que sorpresa! -saludó sonriente.
-¡Os he echado de menos! ¿Y Nao?
-En la enfermería. -contestó mirando a la doctora que acompañaba a la chica.
-¿Qué a pasado? -preguntaron las dos casi al unísono.
-No lo sé muy bien. Sachiko me ha dicho que cuando la viese, doctora, la avisara.
-Gracias Nozomu. Bueno Amai luego me sigues contando tus aventuras en España. -acabó justo antes de meterse en la sala.
-¡Vale! Pobre Nao… ¿Qué le sucede?
-Dice que Tsuke le ha atacado.
-Pobrecito. ¿Pero está bien?
-Salvo los nervios y un moratón, sí.
-Menos mal… -respiró la joven.
-Bueno, ¿Qué tal? ¿Has estado en España? -Ahora que al fin miraba a Amai la notaba más morena de piel, que cargaba con una bolsa de plástico del que sobresalía un rollo de papel, pero lo que más la llamó la atención fue la gorra roja que llevaba en la cabeza.
-¡Sí! -respondió de nuevo alegremente. -En Cataluña, Barcelona para ser más precisos.
-¿Y que tal?
-¡Estupendoso! Me lo he pasado muy bien. Keigo está sacando mis cosas del coche. Ahora vendrá. Os he traído recuerdos. Mira… ¿te gusta? -cuestionó señalando su propia cabeza. -Es una barretina, es típica en Cataluña.
-Es graciosa, pareces Papá Noel. -se rió el chico.
-Pues te he traído una. Son chulas. -confesó rebuscando en la bolsa hasta sacarla y ponérsela ella misma al chico. -Te queda bien. Te he traído también una figurita, un pisa papeles… a ver… ¡Aquí está!
-Gracias, no hacia falta que me trajeses nada. -dijo recibiendo una figura como su mano de grande de lo que parecía un lagarto azul.
-Es el dragón del parque Güell. Es un sitio muy bonito y extraño, seguro que te encantaría ir.
-Es muy lindo. Me suena de haberlo visto en fotografías.
-Pues claro. Es muy conocido. También le he traído una bola de nieve con la Sagrada Familia a Mizuki, que la construyó también Gaudí, te la enseñaría pero se la ha llevado.
-¿Y que más has traído? ¿Puedo verlo?
-Claro. -correteo un poco por la sala de espera vacía para apoyarse en una de las sillas. -He traído unas figuritas de la Plaza de Colón para Sachiko y Hanabi que nos cuidan tanto, las bolas de nieve para las doctoras, y a Nao le he traído un par de láminas que espero que le gusten. -habló mientras desplegaba el rollo de papel para que Nozomu las viese. -Mira, estos son “Los relojes blandos” de Salvador Dalí, un pintor catalán, y este otro es el “Gernika” de Pablo Picasso, que no era catalán pero el cuadro se supone que es Barcelona. Los dos me gustaban y como no me decidía le compré los dos.
-Ahora si que pareces Papá Noel.
-Sí. ¿Cres que le gustarán?
-Son… curiosos… -contestó sin encontrar un adjetivo preciso para describirlos. -Seguro que le gustan. Se alegrará mucho, esta mañana estaba fatal.
-¿Y que tal en tu pueblo?
-Muy bien, allí también tuvo una crisis pero le ayudé y no ocurrió nada.
-¡Valla! ¡Eres un héroe, Nozomu!
-Un… ¿Un héroe? -pensó poniéndose algo colorado. -Uy, no me digas esas cosas…
-Si es verdad.
-Hombre. -se oyó decir a una voz femenina desde las escaleras. Una chica de pelo cobrizo recogido en una larga trenza y cara llena de pecas las bajaba casi con parsimonia mientras fijaba sus ojos azulados en Amai. -Mira quien se ha dignado a aparecer. Tus vacaciones acababan ayer, mona.
-¡Eso no es asunto tuyo! -contestó irritada Amai.
-¿Quién…? -intentó preguntar el despistado rubillo, pero no le hicieron caso.
-Y para colmo te largas de viaje y solo traes unas gorras ridículas.
-¡Se llaman barretinas! ¡Y no son ridículas! ¡Son chulas! -Volvió a exclamar la morena sacándole la lengua a la desconocida.
-Chicas. -dijo Mizuki asomando la cabeza por la puerta de la enfermería. -No chilléis, Nao se ha quedado dormido por los calmantes.
-¡Uy! Perdón. -ratificó Amai.
-Disculpe, señora Mizuki. Será mejor que me valla, no quiero molestar por culpa de la señorita Akatsuki. -habló la otra joven pero esta vez mirando de manera extraña a Nozomu, para luego irse por la puerta de cristal que llevaba al exterior.
-¡Ay! ¡Que poco la aguanto!
-¿Quién es?
-Se llama Hanako, y es mi rival definitiva. Me cae muy mal, mejor no te acerques mucho a ella.
-¿Cómo es que nunca la había visto por aquí?
-Eso es porque no está ingresada siempre, solo de vez en cuando, como yo. Pero ella se cree que no está enferma, piensa que es una enviada de Dios para ayudar a los pobres locos como nosotros.
-¿Enserio?
-Valla que sí. Por eso te digo que no la escuches mucho.
-¡Ay! -exclamó Nozomu llevándose las manos a la cara.
-¿Qué?
-Que no he ido a desayunar, Tsubaki me va a regañar.
-Pues corre antes de que acaben.
-Sí, sí. -y antes de acabar ya estaba yéndose.

Se le había pasado completamente, tal vez por los nervios que había pasado por lo de Nao, quizás por la ilusión de ver de nuevo a su amiga Amai, por la aparición de esa extraña chica llamada Hanako, o posiblemente por la falta de costumbre. En su casa nadie le obligaba a desayunar a una hora y en un sitio concretos. La rutina, Nozomu volvía a su aburrida vida dentro del hospital. Solo había pasado una mañana de nuevo en él y ya le agotaba. Aunque si lo pensaba bien, por otro lado, allí dentro no existía la rutina del mundo exterior, allí no sabías cuando iba a sobresaltarte algo. Ya fuese ver a Amai por primera vez enfadada con alguien sin ningún motivo aparente, o una crisis de Nao. Y en realidad lo que más le preocupaba era que eso se convirtiese en su rutina.