viernes, 2 de julio de 2010

1. Dos vidas que se cruzan.

Hola.
¿Es la Vida?
Solo quería decirte una cosa. El mundo no funciona correctamente, no, no, no, esto no debería ser así. Todo el mundo me repite una y otra vez que esta historia acabará bien. ¿Pero el qué tiene que acabar cuando nada ha empezado? ¿Cómo conocen mi historia si ni siquiera me han dejado pronunciar las palabras del prologo? En los libros y películas en días como estos suele llover, hoy en cambio el Sol brilla como si él también me deseara suerte con una sonrisa llena de esperanza, pero… ¿Por qué hoy el mundo no funciona correctamente?



Nozomu miraba tristemente como se alejaba del barrio donde había vivido desde hacia diecisiete años. Era un día bonito, los rayos del sol entraban através del cristal impactando directamente en su blanquecina piel, aunque para él fuera uno de los peores de su vida.

Desvió por un segundo sus ojos verdes a sus padres que ocupaban los asientos delanteros. Parecía querer recriminarles esa situación. Suspiró lenta y pesadamente deseando que el tiempo se detuviera en ese mismo instante. Cada centímetro que se alejaba de la cotidianidad de su “anterior vida” hacía que se entristeciera más aun. La distancia que le separaba de sus familiares y amigos iba creciendo progresivamente. Solo una única idea podía conseguir que se sintiera mínimamente mejor. Él no estaba enfermo era todo imaginaciones de sus padres que tras algunos problemas con algunas modelos se habían obsesionado con que su hijo era anoréxico. Puede que apenas comiera, eso lo admitía, pero el podía hacerlo cuando quisiera en cualquier momento. Seguro que los médicos se darían cuenta enseguida y le concederían el alta. Tendría que tomárselo con el mayor sentido del humor que pudiera y recordarlo como: “La ocasión en las que mis padres me mandaron a un psiquiátrico por nada.”

-Nozomu, ¿Lo llevas todo? -preguntó una mujer rubia de apariencia demasiado joven para tener un hijo de diecisiete años.
-Sí mamá… Me lo has preguntado ya tres veces. -contestó el chico, igualmente rubio, con un tono bastante borde.
-No te enfades -siguió el padre de este -Veras como enseguida te curas y vuelves a casa.
“Hipócritas” pensó Nozomu, “Seguro que en el fondo os alegráis de que quiera adelgazar, pero queréis dar ejemplo a vuestras modelitos de tercera”
-Ya te vale, Nozomu. Tantos años preocupándose por que a mi no me dieran ideas raras para que al final te den a ti. -recriminó una joven bastante parecida a él que guardaba asiento a su lado. Nozomu intentó ignorar aquel comentario de la otra rubia de la familia.
-¡Mihoshi! No hables así a tu hermano pequeño, no ves que lo está pasando mal.
-Pero si solo digo la verdad.
-A mi no me a dado nada raro… -musito el chico volviendo a llevar la mirada al exterior. sumiéndose de nuevo en sus pensamientos.

Los padres de la familia Nozomi trabajaban en el mundo de la moda, su madre era diseñadora en una pequeña cadena de tiendas aun emergente y su padre era el fotógrafo que se encargaba de plasmar esos trajes en las paginas de los catálogos. Por esto Nozomu desde muy pequeño había estado expuesto al terrible “veneno de lo superficial” y opinaba que había que ser perfecto para sentirse bien. Sino ¿por qué siempre se critica ala gente que le sobran unos kilos? El solo quería gustarle a sus padres ¿acaso eso era tan malo?

El coche plateado de la familia aparcó fácilmente en un amplio y solitario aparcamiento rodeado por inmensos jardines que parecían no acabar en ningún sitio. Era un lugar realmente bonito , aunque su atmosfera estaba cargada de tristeza y melancolía. Los ojos color esmeralda de Nozomu recorrieron cada rincón de todo lo que le rodeaba, parecía querer que se cruzaran con los ojos de otra persona, mas ni un alma rondaba por aquel paseo que rodeaba los pabellones de hospital psiquiátrico. Cada vez los abría un poco más mostrando su admiración por el lugar, aunque ya había estado allí más de una vez para realizar unos test psicológicos, a su punto de vista, inútiles.

Anduvieron no más de un par de minutos hasta parar enfrente de un alto edificio de piedra rojiza. La puerta era de cristal por lo que desde el exterior se podía ver la recepción donde un par de jóvenes enfermeras echaban un ojo a unos papeles. El padre tocó un pequeño botoncito blanco que sobresalía en la pared, haciendo que la mujer se distrajera de su trabajo para darles la bienvenida con un sonoro chirrido permitiéndoles así el paso. O más bien obligándole a pasar. El interior era tal y como lo había imaginado la primera vez que llego. Silenciosa deprimente y casi incolora. Las paredes estaban cubiertas de azulejos blanco impoluto. Solo algunas reproducciones de conocidas obras de arte decoraban aquellas superficie. Al chico jamás le había interesado demasiado la pintura por lo que no llamaban especialmente la atención. Aun así hubo uno de los cuadros que logro hipnotizarlo como si fuera mágico. Era aun más pequeño que el resto que colgaban de la pared, y estaba delimitado por un marco bastante pobre. Se encontraba escondido en una esquina de la recepción, como se pretendieran esconderlo de entre los otros. Él no entendía demasiado, pero esa pintura no la recordaba de ninguna clase de historia, que tanto le comieron el coco en cuarto de secundaria. Parecía abstracto pues no distinguía ninguna forma real, solo se veían colores, una infinidad de colores que se cruzaban entre si creando otros nuevos. Recorrió las esquinas del cuadro en busca del nombre del autor. “N K” era lo único que se podía leer con letra informe, en la esquina inferior derecha.

-¡Nozomu! -exclamó la mujer sacándole de sus pensamientos para que volviera al mundo de la realidad.
-¿Qué? -replicó acercándose lentamente a su interlocutora.
-Ven, vamos a ver las instalaciones mientras viene la doctora Tsubaki -contestó una de las dos enfermeras haciendo el ademán de levantarse. Su tono de voz era familiar como si le conociera de toda la vida. -Yo os acompañaré, mi nombre es Sachiko Kanashimi, pero podéis llamarme solo Sachiko.
-Encantados de conocerte. -contestó la madre inclinándose en nombre de los cuatro.
-Y tu debes de ser Nozomu. -dijo acercándose al joven paciente -Tu y yo nos vamos a ver mucho las caras a partir de ahora.
Nozomu no dio contestación.
-Perdónele, hoy esta muy borde, normalmente es muy alegre y dicharachero, se lo aseguro.-se disculpó el padre.
-Si a veces demasiado. -siguió la hermana.
-No pasa nada, es normal que esté así, todos vienen con caras largas el primer día, lo sorprendente seria que estuviera contento. -hizo una pequeña pausa -Síganme les mostraré el centro.

***
Nao miraba por la ventana de su cuarto. Desde aquella planta se podían ver el reto edificios del psiquiátrico y no solo eso, él siempre miraba más allá, aquella ciudad que se podía vislumbrar a lo lejos. Se sentía aprisionado en esa diminuta y claustrofobia habitación. Solo unos barrotes le separaban del exterior. Unos horribles barrotes grises que parecían querer burlarse de él mostrándole lo cerca que estaba de su deseo y lo inalcanzable que resultaba poder tenerlo. Lo único que quería en este mundo era salir de aquel centro donde llevaba tanto tiempo prisionero, poder ver, oír, percibir con sus propios sentidos la vida al otro lado de la verja. Una vez ya pudo hacerlo pero esos recuerdos le resultaban tan tremendamente lejanos que casi los había olvidado por completo. ¿Cómo era vivir en esa ciudad? ¿Cómo era estudiar en una escuela normal, y no con las clases impartidas por alguna enfermera? ¿Cómo era tener amigos que no te teman? ¿Cómo era tener una familia?

-¡¿Cómo?! ¡¿Cómo?! ¡¿Cómo?! -chilló golpeando el cristal de la ventana que protegia los objetos que le separaban de lo que tanto quería conseguir.
Miró de nuevo entre las barras que hacian que ese lugar pareciera más una prisión. Varios metros por debajo de él pasaban felices “los pacientes menores”, como llamaba despectivamente refiriéndose a la gente que acudía por cualquier cosa.
-Vosotros no sabéis lo que es tener un autentico problema. -murmuró con todo el odio que podía retener dentro de su castaña cabeza.
“Si son odiosos, tienes toda la razón Nao” resonó una voz desde algún lugar de su cerebro.
-Nadie a pedido tu opinión, Noa. -replicó a aquella voz imaginaria en voz alta.
-¿Ya vuelves a hablar con Noa? -interrumpió una mujer morena de gafas entrando en el desordenado cuarto del enfermo.
-No me deja en paz. ¡Doctora Mizuki me prometió que se iría! ¿Por qué sigue aquí entonces?
-Lo siento Nao, las cosas no son siempre tan fáciles como parecen en un principio. ¿Qué te dice?
-Solo se dedica a criticarme y a dar su opinión. Yo trato de ignorarle pero…
La doctora dedicó una sonrisa de consuelo a su paciente. El joven, de aproximadamente dieciocho años ya era más alto que ella y eso que cuando le conoció era solamente un niño que parecía estar permanentemente triste y deprimido. Su pelo era castaño y lo recogía en una coleta en la nuca, que al no ser muy larga parecía un plumerillo. Su mirada resultaba penetrante e intensa debido a su color negro noche.

-¿Por qué no vas a dar una vuelta, haber si eso te tranquiliza?
-Vale. -contestó tomando una carpeta y un pequeño estuche que reposaban encima de su cama.
-Así me gusta. Veras que cuando venga Amai, Noa no aparece tanto. -sonrío la psiquiatra acompañándolo hasta el umbral.
-Eso espera. -finalizo el chico mientras salían lentamente por la puerta.

***
La habitación de la segunda planta que había sido asignada a Nozomu era algo… aburrida. Solo tenia una cama, un escritorio de aspecto viejo y utilizado por mil personas distintas y un pequeño armario metálico. A un lado se veía otra puerta que daba a un pequeño cuarto con una ducha, pero carecía de retrete ya que no se fiaban demasiado de las ideas de los pacientes anoréxicos. Las demás habitaciones eran dobles pero como el resto de compañeras de planta eran chicas él dormiría solo. Se dejó caer sobre la cama, era más cómoda de lo que había imaginado. Estaba agotado de la visita a las instalaciones. Ya sabia donde estaban la cafetería, la sala común y otras que no le importaban demasiado. Al fin de al cabo estaba seguro de que abandonaría ese lugar, o al menos eso quería, porque la visión de su madre tan triste intentando aguantar las lagrimas, prometiéndole una y otra vez que iría a visitarle todas las semanas, le destrozaba haciendo que él también se entristeciera. Otro pensamiento totalmente contrario y bastante egoísta invadió su cabecita rubia.

-¡El foro! -exclamó llevándose ambas manos a la cara. -¡Con lo que me ha costado llegar a ser administrador! ¡Veras como lo cierran! Y en este cuartucho no hay ni un triste ordenador. Tendré que ir a la sala común, ahí si vi varios.

Y con ese pensamiento salio del pabellón donde se encontraban encerrados los internos. El chico confiaba bastante en su memoria fotográfica, que hasta entonces le había sido muy útil. Tal vez se confió demasiado, porque en ese momento los jardines que rodeaban los edificios le resultaban laberínticos. Tanta simetría no le gustaba, todo el camino parecía repetido, como cuando en los dibujos animados usan una y otra vez el mismo fondo. ¿Quién seria el genio que lo diseñó? Continuó su caminata sin pararse a pensar que más que acercarse se alejaba de su destino. Todo era silencio alrededor. Solo el rumor casi imperceptible de las hojas moviéndose a compás del suave sonido del viento rompía un poco la calma. Nozomu canturreaba cierta melodía que siempre se le quedaba pegada, así el lugar parecía menos abandonado. Observaba todo lo que le rodeaba intentando no perder detalle. Tanto se sumergió en sus pensamientos que olvidó completamente su querido foro. Caminó no sabia cuanto tiempo, pero la tarde se acabó en lo que a él le resultaron minutos. Seria mejor volver al pabellón ya que casi era hora de cenar aunque no tenia demasiada hambre quería demostrar que no estaba enfermo. Seguro que no le harían comer demasiado. Y por otro lado algo habría adelgazado con ese largo paseo.

El camino de vuelta fue mucho más rápido. Seguía tarareando la misma musiquilla cuando una voz que sonaba muy nerviosa llamó su atención. No entendía muy bien lo que decía ya que solo parecía un balbuceo. Desvió ligeramente su decidida trayectoria para averiguar quien era el dueño de esa temerosa voz.

-¡Déjame Tsuke! -podía oír claramente detrás de los arbustos que formaban una pared. Fuera quien fuera estaba en apuros.

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