sábado, 10 de julio de 2010

2. Luces y sombras

El camino de vuelta de Nozomu fue mucho más rápido que el de ida. Seguía tarareando la misma musiquilla cuando una voz que sonaba muy nerviosa llamó su atención. No entendía muy bien lo que decía ya que solo parecía un balbuceo. Desvió ligeramente su decidida trayectoria para averiguar quien era el dueño de esa temerosa voz.

-¡Déjame Tsuke! -podía oír claramente detrás de los arbustos que formaban una especie de pared.

Lentamente fue acercándose al lugar donde parecía que se encontraban, impulsado meramente por la curiosidad. Nozomu no es que fuera lo que se llama fuerte, más bien aparentaba estar hecho de porcelana y que con el más mínimo roce se rompería. Tampoco es que pensara en ser el héroe, pero queria enterarse de todo lo que pasaba a su alrededor. Asomó su fina carita por detrás del muro verde lo más disimuladamente que su cantosa cabeza rubia le permitía. Pero no pudo ver a nadie, había tardado demasiado y se deberían haber ido. En el lugar de los hechos solo quedaba una carpeta abierta en el suelo y una cantidad indefinida de folios esparcidos por él. Nozomu, de nuevo movido por su afición detectivesca, salio de su escondite para acercarse a recoger la capeta, que más bien era un viejo cartón doblado. No veía el nombre del dueño por ningún lado, pero en los papeles, tirados de cualquier manera, había algo que le recordaba al dibujo que le llamó la atención unas horas antes en la recepción. ¿Seria del mismo “NK“?
***

Nao entró estrepitosamente en su pequeño cuartucho. Cerró la puerta con un sonoro portazo apoyándose en ella evitando que cualquier persona entrara. Su respiración se escapaba apresuradamente entre sus labios, sentía unas enormes ganas de gritar pero no podía porque la desagradable sensación de que si lo hacia el corazón saldría junto con su voz se lo impedía.

“Cobarde” Sentencio su cerebro hablando por si mismo.
-¡Déjame! -exclamó al fin llevándose las manos a los oídos como si fuera a servirle para no escuchar lo que su propia mente le recriminaba.
“Eres un cobarde, por eso te pasan estas cosas. Por eso tus padres te abandonaron aquel día, por eso estuviste toda tu infancia llorando frente a una ventana y por eso mismo estas aquí encerrado”
-¡Vete! ¡Vete! ¡Vete! -repitió una y otra vez casi desesperado notando como sus ojos negros empezaban a llenarse de lagrimas que intentaban escaparse.
“Sabes que es verdad, estas condenado a mirar através de ese cristal sin poder hacer nada” dijo aquella maliciosa voz.

Nao se lanzó, literalmente, a un lienzo que permanecía placidamente apoyado en un caballete que ocupaba la mitad de aquella pequeña habitación. Manchó sus manos con colores grisáceos, deslizó sus finos y alargados dedos por la blanca superficie ya casi teñida por completo por una infinidad de distintos tipos de colores. Dibujaba informes líneas quebradas que mostraban su nerviosismo y angustia. No necesitaba pincel, prefería sentir la misma pintura en sus manos, en ese momento era mejor así.

“No me odies… yo no tengo la culpa de que te ocurran este tipo de cosas.”
-Ya estoy harto de todo esto. -murmuro amargamente sin dejar de moverse por todos los rincones del lienzo.
“Pues ya sabes donde tienes tu querida ventana.”
-¡¿De qué me sirve si no puedo atravesarla?!
“No se, échale algo de imaginación… De todos modos no te atreverías, eres un cobarde incluso para suicidarte”
-¡Ya se que soy un cobarde no hace falta que me lo sigas recriminando!
“Como no te lo voy a recriminar, mil veces lo has intentado y mil veces te has reprimido en el último momento. A veces me avergüenzo de haberte ayudado tanto.”
-Márchate ya… déjame de una vez. Si no me quieres seguir ayudando deja que me quede solo…
“No puedo hasta que no quieras estar solo. Recuerda soy una voz no actúo si tu no quieres.”

***
Bien, Nozomu había logrado escaparse del comedor sin que le obligaran a cenar demasiado. Bien para su punto de vista, claro, porque no se daba cuenta de que realmente necesitaba ayuda. Pero en ese momento lo único que le interesaba era averiguar a quien pertenecía esa vieja carpeta llena de extraños dibujos, que para su gusto algunos daban algo de miedo. Su principal idea era preguntar en la recepción, conociéndole se hartarían de verle por ahí preguntando por cualquier persona. Se dirigió a la alargada mesa tras la cual permanecía bastante atareada Sachiko, la enfermera que les había enseñado las instalaciones. La joven al verle acercarse le dedicó una amplia sonrisa.

-Parece que ya no estás tan enfadadísimo como antes. Desde luego estás mucho más guapo cuando sonríes, donde va a parar. -comentó ella a modo de saludo.
-Si, supongo que tengo un carácter algo cambiante. -sonrío él algo avergonzado.
-Bueno, ¿en que puedo ayudarte, Nozomu?
-Tenia curiosidad por ese dibujo. ¿Quién es el autor? Me gustaría saberlo. -preguntó señalando el marco que colgaba en la pared.
-Pues lo hizo un paciente que reside aquí en este mismo edificio, se llama Nao Kanou. ¿Te interesa el arte abstracto?
-Bueno… en clase di historia del arte. Pero no era mi fuerte. Es que me he encontrado esta carpeta y creo que es suya, me gustaría devolvérsela. -explicó mostrándole su hallazgo.
-Su habitación es la 202, en la quinta planta. Pero si quieres se la llevo yo. Antes parecía muy nervioso y no le gusta recibir visitas cuando está así. -dijo haciendo un ademán de levantarse mas el chico se lo impidió antes de que acabara de hacerlo.
-No te molestes, ya es casi la hora de que te vallas. -inquirió con una sonrisa victoriosa al ver a la enfermera sorprendida por saber ese dato. -Ahí esta tu horario por eso lo se. -aclaró señalando refiriéndose a un papel pegado en la pared de detrás de ella.
-Eres muy observador por lo que se ve.
-Sí, bueno la gente suele llamarme más bien cotillo. Entonces la 202. ¡Hasta mañana señorita Kanashimi! -exclamó mientras se perdía por el largo pasillo donde estaban las consultas y terapias de grupo. Cosa que no le sirvió de nada porque las escaleras estaban en dirección contraria.
-Observador pero despistado. -rió Sachiko al verlo tan perdido.

Subió el primer tramo de escaleras, que era curiosamente el más largo de todos, en esa planta estaba su habitación, la 184. Para ir al siguiente piso había que cruzar todo el pasillo. En cada planta había diez cuartos, cinco en cada lado del corredor. La simetría volvía a enloquecerle ya que las plantas eran un calco de la anterior, lo único que cambiaba era el numero de las puertas. Todo era triste y gris… paredes grises, baldosas grises, puertas grises. Curiosamente el cuarto piso no existía, saltaba del tercero al quinto sin ni siquiera indicarlo en un cartel, seguramente por las supersticiones que habían en Japón acerca de ese número que se escribía igual que la palabra “muerte“. Al no haber más escaleras Nozomu supuso que ya había llegado a su destino. Aquel piso le resultaba todavía más deprimente, la mayoría, por no decir todas las habitaciones permanecían desocupadas porque carecían de la plaquita donde estaba indicado el nombre del paciente. Dio unos silenciosos pasos hasta pararse en frente de la puerta 202. La energía de Nozomu parecía haber sido absorbida por el ambiente del piso. Al otro lado de la madera se podía escuchar débilmente una voz murmurando palabras imposibles de entender cargadas con cierto toque de amargura. El pequeño rubio no se atrevía a entrar y tímidamente dio tres golpecillos para que le permitiera el paso. Pero el dueño de esa voz no parecía contestar. Llamó de nuevo más enérgicamente. No hubo respuesta alguna. “¿Será sordo?” pensó para darse a si mismo un escusa para abrir la puerta. Esta no estaba cerrada con llave por lo que no tenia ningún impedimento para hacerlo. “Que le voy a hacer, tendré que pasar.” Giró con bastante lentitud el pomo de la puerta 202. Al abrir unos centímetros una tenue luz salio del otro lado de aquellas grises paredes. Nozomu se quedó bajo el umbral casi paralizado por la impresión que causaba la figura entre mágica y terrorífica que vio en el interior. Aquel joven castaño moviéndose a nerviosos impulsos, manchando de tristes y apagados colores un amplio lienzo del cual ya no quedaba ni un milímetro impoluto. La verde mirada del rubio se clavaro como flechas en la espalda del dueño del cuarto. Intentaba ver más allá de lo poco que esclarecía entre las sombras una pequeña lámpara de mesa.

-Esto… -intentó empezar el chico pero el desconocido no parecía percatarse del intento de Nozomu por llamar su atención. -Esto… perdona…

Dio unos pequeños y tímidos pasos introduciéndose en el interior de la habitación, inconscientemente caminó casi de puntillas como si no quisiera hacer el más mínimo ruido al andar. Se acercó al joven hasta tocar con uno de sus delgados dedos en su hombro, que ha Nozomu le quedaba bastante alto. El castaño se giró sobre si mismo a la velocidad de un viento huracanado. Su cara parecía deformada por un profundo y terrible sentimiento de miedo y a esto se le añadía el ambiente que causaba la poca luz. Cuando sus miradas se cruzaron el dueño se alejó del intruso literalmente de un salto subiéndose de pie sobre la cama y manchando todo lo que tocaba con sus manos.

-¿Quién eres tu? -habló con un hilo tembloroso de voz pegando la espalda a la pared.
-Me llamo Nozomu, Nozomu Nozomi. Te he traído esto. -contestó tímidamente como si quisiera imitar el tono de voz de su interlocutor mostrándole la vieja carpeta. -Me la he encontrado y me han dicho que era tuya.
-¡Si! ¡Si! ¡Es mía, déjala ahí! -ordenó señalando la cama donde él mismo estaba subido. Nozomu hizo lo que le dijeron aquellos penetrantes ojos negros desde las alturas.
-Ya está, pero tranquilo. -intentó calmar procurando parecer lo más sereno posible dando un paso hacia él. Pero lo único que consiguió fue aterrorizarlo más aun. El joven se agachó cruzando los brazos por delante de su cara como si el chico rubio diera autentico pavor.
-¡No te acerques a mí! -exclamó como si estuviera realmente siendo agredido. Pero Nozomu hizo caso omiso de las desesperadas suplicas de aquel extraño chico y siguió con otro pequeño paso, además de extender el brazo, que en su mente parecía un buen modo de inspirar confianza con lo que no contaba es que para el otro interno era muestra de amenaza.
-Tran…
-¡No me toques! -cortó apartándole de un manotazo permitiendo que este viera el miedo que se reflejaba en sus pupilas. -¡Déjame! ¡Vete de aquí!

Aquella imagen terrorífica del chico castaño casi acurrucado en una de las esquinas que formaban las paredes del cuarto, la luz que temblaba como si ella también le tuviera miedo, el incomodo sonido del silencio que a veces molesta más que el más fuerte y estruendoso de los ruidos, el angustioso ambiente que se podía respirar en todos los rincones, en definitiva todo, aterrorizó al visitante. Nozomu dio unos retrocediendo hasta que finalmente no pudo evitar salir corriendo por los largos y silenciosos pasillos bajando las escaleras casi a saltos llegando a encontrarse a salvo en su sobria habitación de la segunda planta. Cerró la puerta y respiró lenta y profundamente calmándose al ritmo que sus pulmones descargaban el aire que retenían.

-¿Qué le pasará a ese chico? -murmuró para si mismo en un hilo de voz. -Parecía realmente asustado. ¿Tan feo seré como para dar tanto miedo?

Dos sentimientos empezaron a mezclarse en su cabeza rubia, un al recordar la angustiosa escena protagonizada dos plantas más arriba y otro que le obligaba a querer saber más sobre el castaño. Él era un chico muy curioso y cuando algo le interesaba no paraba hasta averiguar lo que quería. Y ahora quería saber quien era Nao.

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