jueves, 30 de diciembre de 2010

11. Palabras mal dichas.

Nozomu estaba sentado en una de las sillas que había junto a la cama del señor Yamato. Había decidido terminar de escuchar la historia que le contaba sobre como pasó la infancia en plena segunda Guerra Mundial. La verdad es que era interesante y a Nozomu le gustaba la gente interesante y con historias que contar. Al parecer, según le comentó una enfermera, el señor Yamato sufría de una enfermedad degenerativa. Alzheimer. Por lo que no recordaba las cosas recientes y en cambio lo que ya tenía más tiempo eran más nítidas.

El pabellón donde el señor Yamato residía no era el mismo que él conocía ya. En cierto modo eso a Nozomu le molestó. Era como si quisiesen aislarlos de los demás pacientes del hospital… como si fuesen nocivos o fuesen a contaminar al resto con sus locuras. Por un momento pensó en ello. Si él se sentía así no podía ni imaginar como se debían de encontrar los demás, normal que no les gustasen. Porque él, al fin de al cabo, no estaba enfermo. De ese pensamiento le llevó a otro… ¡Nao y Amai aun estarían esperándole! Pero que despistado era a veces. ¿Cómo se había podido olvidar de sus amigos? Seguro que Nao se iba a mosquear con él.

Se despidió del anciano no sin antes recordarle su nombre y asegurarle que volvería a verle para que le siguiese contando esas historias que le había narrado por el camino. Se movió apresurado por los jardines con cara alegre. Ya ni recordaba porque estaba disgustado antes de salir del pabellón. Solo un pequeño inconveniente surgió en sus planes… Sus amigos ya no estaban donde se despidieron. ¿Y ahora qué? Se habrían cansado de esperar, pero lo que quería era saber donde estaban ahora. Lo mejor sería volver a su residencia, tal vez habían ido a buscarlo. Correteó nervioso por aquellos laberínticos caminos rodeados de plantas hasta llegar a su destino.

Y estaba en lo cierto. Entró en su pequeño y sobrio cuarto. Allí estaban los dos de espaldas hablando en un susurro. Parecían tan inmersos en su conversación que ni siquiera se percataron de la llegada del rubio.

-¿Qué hacéis aquí chicos? ¿Habéis venido a buscarme? -cuestionó el chico de los ojos verdes acercándose a ellos.
-¡Ah! Nozomu ya has aparecido. -dijo Amai con cara alegre.
-Lo siento, es que me encontré a un anciano que se había perdido por los jardines y le ayudé a volver… -se excusó llevándose una mano al pelo.
-Sí, ya, seguro… -murmuró Nao con un tono que denotaba lo enfadado que estaba con el rubio.
-Perdona Nao, es que me distraje por el camino. -continuó Nozomu intentando disculparse por haberse olvidado totalmente de ellos.
-No es por eso.
-Nao… no te enfades con él. -pidió Amai para calmarlo.
-¿Pero has visto lo que ha hecho con las grullas que le han regalado sus compañeros de clase? -interrogó girándose hacia él señalando el escritorio lleno de cadáveres de papel.
-Pero Nao… -empezó Nozomu.
-¡Nada de “peros”!
-¡Nao, cálmate! -exclamó la chica.
-¡No quiero calmarme! ¡¿Si hace eso con un regalo de sus amigos, qué no hará con nosotros que le conocemos de dos días?!
-¡Nao!
-¡Déjalo, Amai! ¡¿No ves que un crió egoísta como este no se merece que te esfuerces?! -gritó muy enfadado con él. Eso a Nozomu realmente le dolió en su pequeño corazoncito.
-¡¿Y tú que sabrás?! ¡Tú mismo lo has dicho, no me conoces!
-¡Pero sí lo suficiente como para que sepa que eres un niñato mal criado y consentido que solo piensa en él!
-¡Nao, Nozomu, parad! -suplicó la morena sujetando al castaño.
-¡Pues si yo soy un niñato tú eres un loco tarado! ¡¿Qué te crees que no te he oído hablar solo?!
-¡Mira enano, primero súbete a una banqueta y repíteme eso a la cara! ¡Si seguro que tú has hecho eso porque alguno de tus compañeros también te lo dijo!
-¡Basta ya los dos! -chilló Amai con todas sus fuerzas. Provocando que el pasillo se llenase de curiosas que intentaban mirar que ocurría en el cuarto de su compañero de planta. Incluso apareció la doctora Tsubaki con cara furiosa dispuesta a pararles los pies a los chicos.
-¡¿Qué está pasando aquí?! -exclamó la mujer poniéndose entre los dos.
-Ya nada… -concluso Nao dando la espalda a Nozomu para dejar la habitación bastante enfadado.
-Espera Nao. -habló la chica siguiéndole por las escaleras.
-¿Y vosotras que hacéis todavía aquí? A la venga fuera, no hay nada que ver. -ordenó la psiquiatra echando a todas las pacientes del cuarto del rubio. -A ver ahora me vas a decir que es lo que ha pasado.
-Pues… es que unas compañeras me han traído unas grullas de papel, pero yo… Bueno estaba bastante enfadado con ellos y he roto algunas. -empezó a decir mientras se sentaba en el borde de la cama tapándose la carita con las manos. -Y nos sé por qué pero Nao las ha visto y se ha enfadado mucho.
-Y por eso os estabais gritando los tres como desquiciados.
-Sí, le he dicho cosas horribles. Le he llamado “loco tarado”. No debería haberlo hecho.
-Pues no. Pero es normal que se enfade contigo… Deberías entender que él te envidia por tener amigos que se preocupan por ti.
-Pero ya sabes cual es mi problema con mis compañeros de clase. -puntualizó mirándola con sus ojos humedos.
-Ya… yo ya lo sé. Pero Nao no.
-Pero no puedo decírselo. Me da vergüenza.
-¿No estabas tú hace unas semanas contentísimo por ser su amigo?
-Sí pero… ya no se que pensar.
-¿Te gustaría seguir siendo su amigo?
-Claro que sí.
-Pues ve y explícaselo.
-Es fácil de decir. Sin embargo me da miedo. ¿Y si ya no quiere saber nada más de mi nunca más?
-No lo sabrás si no lo pruebas. Nao es más compresivo de lo que muchas veces aparenta, te lo aseguro. Si no lo haces de todos modos no será tu amigo. Es muy cabezota. Pero haz lo que tú quieras. Yo me voy que tengo que atender a una chica que debe de estar esperando. -acabó cerrando la puerta tras de si.

Nozomu se quedó el solo. En silencio. Aquella sensación nunca le había gustado. Era como si estuviese desamparado, un sentimiento cuanto menos parecido al que tuvo en su primer día de confinamiento. No era fácil estar ahí encerrado, y mucho menos sin compañía. Pero Nao parecía realmente colérico con él. Era normal después de todo le que se habían dicho. No tenía que haber aludido a su enfermedad mental. El castaño no había mencionado para nada su mala alimentación. Pero no quería contarle su secreto, él no lo entendería. Seguro que pensaba que era una cosa de críos. Sin embargo era mejor arrepentirse de hacer algo que arrepentirse por no hacerlo.

“Cuantas veces te he dicho que eres estúpido. Solo consigues hacerte daño una y otra vez, como si te dieses golpes contra una pared intentando echarla abajo.” Le recriminó Noa al dueño de la cabeza que habitaba.

En la habitación con el número 202 Nao manchaba de nuevo su lienzo. Esta vez los colores elegidos para el extraño arte del esquizofrénico habían sido todos de la gama del rojo. Se movía mucho mas rápido y furiosamente que la noche en la que conoció a Nozomu. Cada una de sus brazadas era vigilada por la atenta mirada de la morena que parecía querer grabarlos. Pocas veces había tenido ocasión de ver a Nao así de enfadado puesto que este no era un chico que mostrase sus emociones abiertamente.

-Nao… -susurró intentando llamar su atención.

Pero el castaño estaba tan sumido en su oscuro mundo que parecía no escuchar nada a su alrededor. Si alguien hubiese visto en ese momento el aspecto desquiciado de Nao. Con su ceño fruncido, los ojos brillantes como si llevasen una capa de esmalte negro y sobretodo sus manos manchadas de rojo, podía pensar que acababa de cometer un asesinato brutal. Parecía murmurar maldiciones para si mismo, seguramente en alguna estresante conversación con la voz de Noa. Amai desvió la mirada de él al resto de dibujos esparcidos por todo el cuarto. Estaba segura de que Nao realmente consideraba a Nozomu su amigo. Si no nunca se habría enfurecido tanto con él porque simplemente lo hubiera dejado pasar. Pero no podía evitar preocuparse por él. Cuando el castaño se irritaba no había ser capaz en el mundo de controlarle, sobretodo ella que era no le alcanzaba en estatura ni en fuerza. No se quería ni imaginar lo que habría llegado a pasar en ese cuarto si no hubiese aparecido la doctora. Y pese a lo que pareciera en ese momento Nao no era una persona violenta, ni mucho menos, pero a veces no era capaz de contenerse.

Nao de pronto sin previo aviso se paró. La habitación se llenó de ese silencio incomodo que parece una aguja de coser clavándose en el cerebro de ambos. El chico giró la cabeza lentamente hacía la morena. Parecía haberse calmado de golpe como las tormentas de verano que se acaban de un momento a otro.

-Lo siento Amai… No quería asustarte. -habló con voz algo ronca, tal vez por haber gritado como un poseído en la habitación de Nozomu.
-No pasa nada… pero deberías hablar con Nono.
-¿Para qué?
-Pues para que los tres volvamos a llevarnos bien. -contestó ella en tono inocente.
-Déjalo, Amai. Ya no hay nada que hacer.
-No seas pensinista, hombre.
-Se dice “pesimista”.
-Pues lo que he dicho. Tendrías que explicarle lo que piensas…
-Ya lo hice.
-Pero sin gritar. Creas que no a la gente le molesta que le chillen sin saber ellos por qué. A lo mejor él a tenido su motivo igual que tu has tenido el tuyo para enfadarte. -la chica de ojos pardos se alejó unos pasos hasta la puerta sin quitarle la vista de encima. -Voy a recoger a Miss Teddy Margot, que la he dejado en el cuarto de Nono. Haced lo que queráis… Pero yo no quiero tener que turnarme para estar con mis amigos.

Amai dejó el cuarto y al oír el sonido de la puerta cerrándose tras de si Nao se dejó caer sobre el colchón provocando un sonoro estruendo. No había tenido un buen día desde luego, empezando por la pesadilla de aquella mañana. Tal vez seguía algo sensible por la medicación que le habían dado el día anterior. La cabeza le iba a estallar por culpa de las cargantes e innecesarias palabras de Noa.

-Estaba el señor don Gato, sentadito en su tejado, marrama miau miau miau… sentadito en su tejado. Ha recibido una carta… -comenzó a canturrear con un susurro amargo y triste mientras sus orbes negros se clavaban en el techo del cuarto como si pudiesen ver el cielo através de el cemento y el hormigón.

“No cantes esa canción, sabes que suena demasiado tétrica, deprimente y tonta.” comentó Noa. Pero Nao pareció ignorar totalmente porque seguía con su melodía casi inaudible. Del mismo modo no escucho el sonido de una manita golpeando la puerta para poder pasar.

-Nao… ¿Puedo pasar? -pidió el pequeño rubio asomando su cabeza por la puerta para ver si le estaba escuchando.
-Se ha roto siete costillas el espinazo y el rabo, marrama miau miau miau… el espinazo y el rabo.
-Nao… No quiero estar enfadado contigo… Y… bueno… yo quería… -se intentó explicar el chico sin atreverse a fijar en él sus brillantes ojos verdes. Era normal que le ignorara, pero tenía que intentarlo al menos.
-Ya lo llevan a enterrar…
-Yo quiero… que seas mi amigo… Y los amigos se cuentan las cosas que les pasan… Y… quería que me escucharas… pero da igual, si no lo haces lo entiendo. -murmuró con un deje triste cerrando de nuevo la puerta.
-Espera. -ordenó Nao sin despegar el cuerpo de las sábanas y con la vista al frente como si llevase puesto un collarín invisible. -Te escucho.