sábado, 14 de agosto de 2010

5. La línea entre locura y realidad.

La primera semana de ingreso de Nozomu pasó más rápido de lo que él mismo esteraba. Sus padres fueron a visitarle ese fin de semana tal y como le habían prometido mil y una veces, aunque Nao se había negado a ser presentado como su nuevo amigo. Por otra parte ya empezaba a conocer algo mejor a la gente que allí residía, pero Nao seguía siendo autentico misterio y solo conseguía que quisiera conocerle más.

Eran ya pasadas las siete y media, el nervioso rubio ya estaba en pie y dispuesto ha hacer todo lo que pudiera en las siguientes veinticuatro horas, dentro de lo que se podía hacer en el centro. Se vistió lo más rápido que pudo y subió extasiado las escaleras hasta la quinta planta, que en realidad era la cuarta. Con un sonoro grito irrumpió en la habitación de Nao que todavía estaba acurrucado en su cama como una marmotita.

-¡Buenos días! -oír la exclamación del rubio Nao se rebulló entre las sábanas molesta y pesada mente. -He dicho: ¡Buenos días! -insistió Nozomu.
-Déjame, tengo mucho sueño. -reclamó con voz adormilada.

Desde hacía casi una semana que Nozomu entrara en el cuarto 202 se había convertido en el ritual de cada mañana.
El interior de ambas habitaciones ,202 y 184, era calcado, como seguramente todos los demás del centro. Con la única diferencia de que el cuarto de Nao si contaba con servicio, cosa que la suya no. Y otros pequeños detalles como que en el cuarto del castaño no se podía caminar sin toparte con algo impidiendo el paso, en cada rincón habitaba un block o una carpeta, lienzos o simplemente folios en blanco. Los pinceles esparcidos por todo el escritorio junto a una colección de desgastados utensilios de dibujo. Y un caballete con un gran lienzo manchado de distintos colores que dificultaba el paso ya que ocupaba gran parte de la habitación.

-¡Vamos tío no seas vago! -replicó el chico de aspecto infantil mientras meneaba a su nuevo amigo.
-Soy un vago… déjame en paz. -contestó Nao tapándose la cara con la manta.
-Hace ya media hora que Hanabi ha abierto las puertas de las habitaciones. -explicó mientras se sentaba encima suya, eso era muy común en él.
-¿Y? Ayer no pude dormir bien y estoy cansado. -aclaró sin acabar de abrir los ojos.
-Y se puede saber que estuviste haciendo.
-No, no se puede saber.
-No era una pregunta era una afirmación. Si no me lo dices empezaré a pensar mal.
-Mira lo que me importa lo que pienses.
“Este chico es realmente molesto” comentó Noa en el interior del castaño.
-Sí, un poco. - murmuró el joven esquizofrénico sin darse cuenta.
-¿Un poco, qué? -preguntó Nozomu sin comprender lo que decía su interlocutor.
-No nada solo es que sigo algo adormilado. -se excusó mientras se incorporaba casi tirando al rubio que seguia encima suya.
-Visteté deprisa que hoy me pasan consulta y todavía tenemos que ir a desayunar.
-Que raro que tu digas eso…
-Ya te he dicho que yo no soy anoréxico y además los cereales integrales no engordan.
-Lo que tu digas. -dijo a la par que desaparecía tras la puerta del pequeño cuarto de baño.

Nozomu volvió a recorrerlo todo con sus nerviosos ojos verdes. Examinó curioso uno de los lienzos que había apilados junto a la mesa. La mayoría no tenían formas, eran abstractos, pero en otros se podían distinguir, echándole algo de imaginación, claras deformaciones de la realidad. En esas extrañas obras aparecía un escalofriante personaje de cabellos castaños e inmensos ojos redondos sin colorear. Tenía en todas una expresión extremadamente triste a la par de macabra para la sencillez del diseño. Nozomu dedujo que se trataba del propio Nao. No solo él otros intrigantes muñecos aparecieron, entre ellos pudo distinguir a la señorita Mizuki, la doctora de Nao, pero a los demás no conseguía relacionarlos con nadie que conociera.

-¿Qué haces cotillo? -inquirió el dueño de los lienzos ya vestido y más o menos peinado con su coleta baja. Nozomu pegó un pequeño y agudo gritito de la sorpresa.
-¿Yo? Nada. -contestó disimulando nerviosamente.
-Pero si te estoy viendo.
-Ya, es la costumbre. La gente suele enfadarse si hurgo en sus cosas sin permiso.
-Normal, lo raro es que les gustara. ¿Bajamos ya? -preguntó quitándole los lienzos algo brusco.
-El dibujo del pelo castaño eres tu, ¿a que sí?
-Si soy yo. Se que son dibujos muy feos.
-No son feos… solo… un poco raritos. ¿Quiénes son los demás?
-Nadie en especial, solo gente que conocía, o simplemente me los he inventado. ¿Nos vamos?
-¡Sí! -exclamó sonriente el curioso rubio.

Caminaron un par de minutos conversando, mejor dicho Nozomu hablaba como buen parlanchín que era mientras Nao caminaba y cada pocos minutos decía un “Sí”, “Ya” o “Ajá” para indicar que le escuchaba. Parecía preocupado por algo y no dejaba de torcer la mirada intentando que su emisor no se diera cuenta. Cosa que no resultaba demasiado complicada porque aunque Nozomu fuera un gran observador iba tan centrado en lo que contaba que no se percataba de nada. Desayunaron, como era su plan inicial y seguidamente te volvieron a despedir para que Nozomu acudiera a su revisión semanal.
Nao, por su parte comenzó a caminar al lugar aquel que odiaba con todo su corazón. La verja. Aunque fuera donde fuera acabaría allí. Unos altos barrotes metálicos que parecían llegar hasta poder arañar el cielo aunque no superaran los cuatro metros de largo. Se sentía tan insignificante a su lado, odiaba ese sentimiento, era tan patético, tan lamentable… que envidia le daba el cielo. Se apoyó en ella y al notar el frío acero de las barras metálicas en su espalda suspiró pesadamente.

“Parece que por fin tienes un poco de valor.”
-En realidad no. Pero siempre será mejor que si coge celos.

Ambos, Nao y Noa, guardaron unos minutos de silencio que a los dos le parecieron horas. Esperaban a alguien. Alguien que lentamente apareció entre los árboles que crecían en aquel jardín. Era un hombre joven, no llegaría a los veinticinco años; era bastante alto, sus cabellos alborotados sin ningún orden eran del color del más oscuro de los cielos nocturnos y sus ojos rasgados maliciosamente estaban teñidos por pigmentos de rubíes resaltados tremendamente por el contraste de su tez que por pálida casi parecía espectral. Pero su expresión era la que deformaba lo atractivo que hubiese podido llegar a ser ese hombre, aquella expresión que casi sobrepasaba la línea de la locura.

-Buenos días Nao. -murmuró con voz profunda mientras se acercaba a él con movimientos casi felinos.
-Déjate de tonterías, Tsuke. -contestó Nao con el mismo tono de voz intentando parecer calmado ante la presencia de ese hombre.
-No me trates así Nao que me voy a poner triste. -hablo intentando parecer meloso y dulce aunque lo único que lograba era dar más miedo. Mientras las palabras se escapaban de él había empezado a pegarse demasiado al castaño que se aplastaba contra los barrotes. Ya podía empezar a notar su respiración chocando en su oído moviendo algunos de los cabellos que no se escapaban de su coleta. -Sabes que solo me preocupo por ti.
-¿Tú te preocupas por mi? -replicó intentando poner algo de espacio entre ellos dos.
-¿Lo dudas? -contestó con otro interrogante acortando más la distancia inexistente. Las frías barras ya comenzaban a clavarse con fuerza en la espalda de Nao.
-Tsuke… me estás haciendo daño. -se quejó tímidamente asustado notando como no tomaba el aire necesario.
-¿Quién ese niñito tan mono que no se despega de ti ni con agua caliente? -dijo ignorando las quejas de su atemorizado interlocutor.
-¿Qué te importa?
-¡Uy! ¿Nos vamos a poner valientes a estas alturas de la película, gatito? ¿Vas a sacar las uñitas? Dime quién es ese crío. -exigió aplastándole un poco más.
-¡Ah! Na… nadie.
-Con que me ausento unos días y te haces un nuevo amigo.
-No es mi amigo, solo es un pesado que no deja de perseguirme como si fuera mi sombra. De verdad Tsuke.
-No se porqué pero no te creo.
-Ya sabes que yo no tengo amigos.
-Pero siempre hay una primera vez para todo. ¿No es lo que dicen? Asíque más te vale que no se te pegue demasiado, tú eres mío, no quiero tener que demostrarlo de alguna manera desagradable. Ya me entiendes.
-Ya, ya lo sé, pero no es culpa mía.
-Tienes toda la razón pero yo estoy en mi derecho de reclamar lo que me pertenece.
-Yo no soy un juguete… -susurró como si quisiera que no le oyera.
-Entonces… -musitó con voz maliciosa pegando sus labios al oído del castaño tanto que podía notar como se movían con cada palabra.- ¿Qué eres? Dime. ¿Qué eres? ¿Un enfermo? Eso es lo que eres un pobre esquizofrénico al que no le dejan salir de su jaulita. ¿Acaso es eso mejor que ser mi juguete? Aparte de a mi ¿a quien más le importas? Si te murieras ahora ¿quién te echaría de menos? Creo que puedo arriesgarme a decir que solo yo. No tienes amigos, no tienes familia, solo tienes un montón de pinturas para consolarte y una voz en la cabeza. Desde luego una gran compañía. Y para colmo la gente huye de ti, ese lindo niño rubio no va a ser una excepción. Lo que deberías es de estar agradecido de que me digne a jugar con un loco como tú. Entonces… ¿qué tienes que decirme?
-Lo… lo siento Tsuke. No quería enfadarte.
-¿Vas a volver a discutirme?
-No, de verdad, no lo volveré a hacer. -murmuró realmente avergonzado.
-Así me gusta, que seas un buen chico. -concluyó separándose al fin de él mientras acariciaba los cabellos que caían sobre su frente -Nos vemos Nao.

El castaño miró como Tsuke se alejaba lentamente por los laberínticos de centro. El susto todavía residía en su cuerpo, respiraba entrecortadamente como si alguien se hubiese llevado el aire a su alrededor. Intentaba autocontrolarse pero su nerviosismo era bastante mayor. Todo su cuerpo temblaba incontroladamente, moviéndolo a impulsos bastante extraños.

“Valla, al final ha podido contigo, no sé por qué me extraña.” Replicó la voz.
-Cállate. -consiguió decir con el poco oxígeno que lograba captar con sus agitados pulmones. Se dejó caer y una vez en el suelo escondió la cara entre las rodillas intentando calmarse. -Nadie a pedido tu opinión.
“No es mi opinión es la verdad.”
-¡Te he dicho que te calles!
“No quiero, tú no mandas en mí. ¿Qué me vas a hacer? Soy solo una voz.”
-¡Cállate! -chilló esta vez con mucha fuerza. Sonido tras el cual un gran silencio se produjo a su alrededor.
“¿Qué vas a hacer ahora?” volvió a hablar esta vez en tono amable.
-No lo sé, Noa, no tengo ni idea.
-¡Estabas aquí! -exclamó la aniñada voz de Nozomu desde algún lado que Nao no alcanzaba ver. Cuando de pronto salió de entre unos arbustos aparentemente imposibles de atravesar.
-¿No sabes ir por un sitio normal? -sonrió Nao al ver al rubio cubierto de hojas y ramas.
-Es que por aquí tardaba menos. Te oí gritar y me asusté. ¿Con quién hablabas?
-Con nadie, solo un pesado que no me deja en paz. Pero la próxima vez aparece como una persona ¿vale? -contestó quitándole una hoja que se le había enredado en sus cabellos rubios.
-Si tú me avisas si vuelven a molestarte.
-¿Vas a venir tú a rescatarme?
-Sí ¿algún problema? -contestó en tono altivo.
-Que no pareces muy imponente que digamos.

Ambos continuaron hablando camino al pabellón. El paseo se hizo más ameno que el de la mañana, Nao parecía más relajado pero aun así pensativo. Al entrar en el edificio Sachiko, que presidía la recepción, se dirigió al castaño con una amplia y alegre sonrisa.

-Nao, mañana viene Amai.
-¿Cuánto tiempo se queda esta vez? -preguntó girándose para verla esbozando una ligera sonrisa.
-Semana y media. A ver que tal va. Esperemos que le pille en buena temporada.
-Esperemos. -finalizó él siguiendo su camino al comedor.
Nozomu le miró con sus enormes ojos verdes inmensamente abiertos y llenos de intriga.
-¿Quién es Amai? -preguntó al fin.
-Una conocida.
-Con que una conocida ¿eh? Ahora se las llama así. -respondió en tono sarcástico el rubio.
-Haz el favor de no pensar cosas raras.
-Pues se te ve muy contento. -insistió dando le pequeños codazos.
-Anda vamos. -cortó Nao empujando al rubio por la espalda.
-¡Va cuenta! ¿Es guapa?
-No lo sé.
-Cómo no lo vas a saber, mentiroso.
-Olvídame. Ya la verás mañana.

Aunque quisiera negarlo se alegraba de que llegara Amai. Tenía ganas de que conociera a Nozomu, seguro que se llevarían bien.

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