viernes, 28 de enero de 2011

13. La marca del mentiroso.

La brisa nocturna y la luz de la media luna entraban dentro de la habitación de Nao esquivando los barrotes de la ventana. El silencio llenaba todo el pabellón de los residentes, el ambiente era muy tranquilo. Aun así el castaño no conseguía conciliar el sueño. Cuando parecía que al fin iba a caer en los brazos de Morfeo volvía a desvelarse. Respiraba profundamente intentando relajarse como le había enseñado Mizuki, pero no lo lograba. Giraba en la cama para encontrar la postura adecuada, pero también era inútil.

Un ruido, un ruido que activó el cuerpo de Nao como si se tratara de una máquina. Era un sonido metálico, similar al de una puerta oxidada abriéndose o cerrándose. El chico se levantó en un único y rápido movimiento, como en un acto reflejo totalmente inconsciente. Se colocó delante de la pared con la frente pegada al yeso blanco dejando el menos espacio entre su cuerpo y el muro. Esperó unos segundos que le parecieron una eternidad mientras trataba de autocontrolarse.

-Lo siento Tsuke. -habló cerrando fuertemente los ojos.
-¿Lo sientes? -cuestionó la voz de el hombre desde detrás de él. Debía de estar muy cerca porque casi notaba su respiración moviendo sus cabellos sueltos. -Pues esta tarde no lo parecía.
-Pero… no lo pude evitar. Él… estaba fatal, me recordó mucho a mi mismo y… -intentó explicarse perdiendo del todo el tono indiferente que habituaba a usar.
-¿Y? ¡¿Cuántas veces tengo que decirte que eres mío?!
-Tsuke, no grites por favor…
-¡¿Y qué si lo hago?! ¡¿No eres acaso el único que me escucha?!
-Lo… Lo siento no volveré a hacerlo. -rectificó su respuesta.
-Y yo voy y me lo creo. ¿Crees que soy tan idiota?
-No, Tsuke es verdad.
-Pero si solo hay que ver la marca que tienes. Esa en la que pone lo que eres. Un mentiroso. Esa que tienes en la cadera izquierda, dos dedos por debajo del ombligo. Esa que no te cicatrizó bien y se te infecto al haber sido echa con un alfiler casi oxidado. -hablo en un tono desagradable mientras pasaba su helada mano por debajo de la sudadera que usaba Nao como pijama para tocar la misma marca de la que hablaba.
-Yo… yo no soy un mentiroso. -susurró intentando separar la mano del moreno de su cadera con miedo que le apeteciera seguir rozándole.
-¿No? -sonrió de manera macabra acercándose mucho al oído del castaño. -¿Sabes una cosa? Con el pelo suelto eres clavadito a tu hermano.
-No… -musitó él con total amargura. Esa última frase había conseguido hacer estragos en la defensa de Nao. -Basta, Tsuke no digas eso…

Pero Tsuke no estaba ya para escuchar la frase. Parecía haberse desvanecido en la oscuridad del cuarto. Nao reaccionó tomando la posición habitual en esos casos, con las piernas flexionadas y las manos tapándole los oídos. Permaneció un par de minutos allí, en la esquina formada por su cama y la pared. A la sombra puesto que la luz que entraba por la ventana llegaba a todos los rincones del cuarto salvo a ese.

¿Qué había pasado? ¿Toda aquella escena había ocurrido de verdad o solo era una jugarreta más de su mente? No, no podía ser una alucinación, Nao todavía sentía los dedos del moreno sobre su cadera. Por otro lado, ¿como sabía él que se parecía a su hermano cuando se soltaba el pelo? Él, aunque pareciera extraño y retorcido, en el fondo prefería pensar que había pasado de verdad, que Tsuke existía. Pero nadie le creía, nunca lo habían echo por mucho que él hablase del hombre de ojos escarlata. Le daba miedo pensar que aquello fuese una consecuencia más de su enfermedad. Tenía que ser real… si no él nunca saldría de allí. Tenía que ser real… y tenían que creerle.

Nozomu abrió la puerta del cuarto de Nao a la misma hora que su rutina marcaba. Entró en la habitación sin ni siquiera llamar, como era costumbre en él estaría dormido. Pero sus ojos verdes se extrañaron al comprobar que no era así, no estaba metido en la cama con la sábana echada hasta taparle la cabeza como si fuese una oruga en la fase de la metamorfosis. Entonces se percató de que se podía oír el sonido del agua corriendo proveniente del cuarto de baño.

-Nao, ¿estás ahí? -preguntó curioso pegando la oreja a la puerta.
-No. ¡¿Qué dices que voy a estar aquí?! Es la ducha que tiene vida y se ha abierto sola. -se oyó desde el otro lado en un tono sarcástico.
-Que borde eres a veces… -musitó el rubio para si mismo aunque en realidad la pregunta que había hecho era bastante tonta.
-Nozomu, ¿puedes acercarme la ropa que está en el armario? -volvió a hablar el castaño al mismo tiempo que el ruido del agua cayendo cesaba progresivamente.
-Vale. ¿Cuál te traigo?
-La primera que te caiga.
-¿La primera que me caiga? -repitió mientras abría la puerta del armario metálico comprobando lo que le decía Nao. Al hacerlo una avalancha de ropa se precipitó hacia el chico. -¿Pero que es esto? Menudo desorden.
-Te he oído. -se quejó Nao desde el baño.
-Vale, anda toma. -contestó el menor abriendo la puerta lo suficiente para que la ropa que había escogido llegase a Nao. Este te fijó en como Nozomu miraba hacia otro lado.
-Eres un tímido, ni que tuvieses nada distinto a lo mío. -comentó con su tono plano habitual.
-¡Uy! Hoy si que te has despertado con el pie izquierdo. Con lo amable que estuviste al final ayer. -puntualizó volviéndose al armario par guardar las prendas de Nao que habían quedado esparcidas por el suelo.

La ropa del castaño era toda de colores muy oscuros y apagados, azules, grises, marrones o negros. No había ni un solo tono vivo, y además parecía bastante vieja, como si fuese de segunda mano. La metió toda echa una pelota al igual que como le había caído, pero fue inútil, en cuanto la soltó volvió a precipitarse hacía él. Aunque esta vez no solo cayó más ropa que antes si no que también algo más pesado y duro que le dio en el pie. Nozomu lo examinó con la curiosidad que le caracterizaba. Era un lienzo. No muy grande, no más que un cuaderno de espirales. Pero daba verdadero miedo. En él se veía una figura humana, no se podía sabre con certeza si era un hombre o una mujer, un niño o un adulto pero su expresión parecía aterrorizada. Los ojos blancos y la piel amarillenta le daban un aspecto enfermizo. Y el fondo negro y rojo por su parte le quitaba la poca luz que tenían los colores. A Nozomu la tétrica escena le dio miedo pero al mismo tiempo una extraña pena. ¿Qué era aquel dibujo? ¿Por qué estaba allí oculto y no apilado en el montón de lienzos al lado del escritorio? Parecía que al rubio se le había sumado un nuevo misterio a cerca de Nao.

Nao, aun en el cuarto de baño se miraba fijamente al espejo. Su pelo castaño y mojado aun soltaba gotitas y le tapaba casi por completo la cara al caer totalmente lacio. Tenía tantas marcas, tantas cicatrices por el torso que hasta le daba miedo mirarlas. La más llamativa probablemente era una quemadura que le cubría el hombro izquierdo desde la base del cuello hasta poco menos de la mitad del brazo y el omoplato. Las demás eran pequeñas cortaduras que habían dejado su huella en su blanca piel. Y en la cadera la que esa noche Tsuke mencionó, esa era la que más odiaba, todas tenían una historia, pero aquella era la peor, incluso más que la enorme quemadura.

El rubio al fin logró meter la ropa de Nao en el armario intentando dejar el lienzo tal y como lo había encontrado. Seguro que si se enteraba de que lo vio se enfadaría. El castaño salio del cuarto ya cubierto con la ropa que Nozomu le había dado y con el pelo envuelto en una toalla azul celeste que era uniforme en todos los cuartos.

-Si está vivo. Pensé que la ropa te habría aplastado. -bromeó mirando al chico intentando no pensar en lo que había pasado esa noche. -¿Y hoy no has ido a despertar a Amai?
-Sí pero no estaba en su cuarto.
-Estará con Mizuki. -Nao miró por la ventana. -Hoy hace muy buen día, seguro que habrá ido al jardín. En su “rincón secreto”.
-¿Rincón secreto? -preguntó curioso el rubio fijando sus ojos verdes en él.
-Sí es un sitio al que siempre íbamos a jugar cuando éramos más pequeños. ¿Quieres que vallamos a mirar?
-Sí por supuesto.

El rincón de Amai y Nao era una pequeña parcelita de césped con una vallita que no llegaba a los tobillos y rodeado de flores de colores sin demasiado sentido. La morena, vestida con un peto azul y un gorro de paja al más puro estilo de un granjero, parecía divertirse mucho haciendo un agujero en la tierra con su pala naranja bajo la atenta mirada de la doctora. Los dos chicos llegaron en silencio de un modo casi imperceptible tanto que ninguna de las dos se percató de ello. Amai tomó unas flores, seguramente un cosmos que había en una pequeña maceta de plástico. Con un cuidado extremo sacó las flores con toda la tierra del tiesto para introducirlas en el agujero que había echo con su pala. Cuando acabó de replantar las plantitas y fue a buscar la regadera vio a sus dos amigos parados delante de ellas.

-¡Anda! Hola chicos. -exclamó lo que hizo que la psicóloga se fijase en ellos también.
-Buenos días Nao y Nozomu. -saludó la mujer de gafas.
-Buenos días Mizuki. -contestó el castaño por los dos.
-¿Amai estás plantando las flores del jardín? -cuestionó Nozomu acercándose a ella.
-Sí, es muy divertido. ¿Quieres hacerlo?
-Bueno, pero y si las flores se mueren por mi culpa.
-No, si es muy fácil. Todo el mundo es capaz de hacerlo.
-Pero de veras que yo soy muy torpe para la plantas. Flor que toco flor que muere.
-Venga Nono. Yo te ayudaré.
-Amai lleva plantando las flores de esta parte del jardín desde hace muchos años. -explicó Nao arrodillándose junto a los otros dos.
-Al principio era una terapia que les puse a ellos dos. Pero para ella se ha vuelto una afición. ¿Cierto? -habló Mizuki.
-Sí, Mizuki-chan dice que es muy bueno para tener seguridad en uno mismo.
-¿En serio?
-Sí. -contestó la adulta -Cuando estos dos eran un par de mocosos desconfiados les obligué a cuidar de una judía hasta que creciera.
-¿Pero por qué? -preguntó Nozomu.
-Porque cuando te esfuerzas por cuidar algo, aunque sea una pequeña judía, te hace feliz ver como crece. Aunque parezca tonto verdaderamente surgió efecto.
-Al menos con Amai. -puntualizó Nao.
-Pero eso es porque tu eres un desastre y te olvidaste totalmente de ella. -aclaró la morena con cara jocosa.
-Yo soy incapaz de cuidar de algo. Y menos si no se queja de que tiene hambre.
-Pues deberías volver a intentarlo.
-¿No tuvimos suficiente con la muerte de una judía?
-¡Oh no! -exclamó Nozomu apurado de improviso.
-¿Qué ocurre, Nono?
-¡Que hablando de tantas judías he recordado que hoy no he ido a desayunar! ¡Tengo que ir o Tsubaki me castigará y no podré sentarme con vosotros! Me tengo que marchar rápido.
-Espera que voy contigo. -habló Nao. -Yo tampoco he desayunado.
-Bueno pues luego nos vemos. -acabó Amai para que luego los dos chicos se marcharan por el mismo sitio que habían venido.

Ambos caminaron hasta el pabellón central. Nozomu, como siempre, hablaba animadamente comentando la afición de Amai y ya de paso las suyas. Nao le miraba, estaba muy alegre, y no era raro en él. Pero le recordaba ayer apunto de echarse a llorar y le parecía totalmente otra persona, nada que ver con el Nozomu de todos los días. Y todavía se sentía raro como al tarde pasada. Sería mejor no pensar en nada de eso, si se obsesionaba su mente empezaría a jugarle malas pasadas y si Tsuke seguía pensando que le mentía no iba a acabar nada bien.

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